el vacio de una ciudad

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ese es tal vez el lugar...

viernes, 11 de febrero de 2011

El disfraz de una casa sin objetos




Quizás el desorden, tal vez la falta de ubicación mental, fue lo que a Cándido le genero el rechazo a su hogar de momentos, a sus habitaciones y a su lugar, el cual no supo integrar a su ser.
No supo nadie hablar algo concreto sobre la composición de aquel bunker solitario, el cual no fue ubicado en ningún tiempo, y el espacio dejo las puertas abiertas para que cada individuo lo ubique donde le quede mas cómodo a la imaginación.
Una tarde en simultáneo a una guerra nuclear Candido decidió tirar por la ventana el cenicero de mármol antiguo porque ya no toleraba escuchar más la voz de aquel objeto. El recipiente acecino de purillos cada noche de domingo le susurraba muy tiernamente los secretos de cada cigarrillo apagado, le recordaba los miedos de inhalación de humo y las tantas risas fingidas de esas penumbras que a Candido tanto le pesaban.
Los días transitaban la orbita del espacio común, y fueron las fotos las inquietas de palabras las que conversaban entre si cada tarde. Sobre la mesa ratona del rincón de la sala, el abuelo Gervasio le narraba a la tía Celina las controversias de los tiempos perdidos, y cada vez que el sol caía cantaban juntos las canciones más bonitas que supieron compartir; y si bien los retratos nunca se movieron candido necesito romper las imágenes que tanto apreciaba para poder callar sus voces. Fueron solo segundos de silencio, ya que a los pocos minutos cada foto de la inmensa casa comenzó a cantar los recuerdos mas recordados hasta que el lugar se convirtió en un teatro repleto de gente inexistente, y en medio de una confusión confundida Candido quemo cada una de las fotos que el tanto quería.
Jornadas de paz interior su adueñaron de Candido a tal punto que en los días de lluvia se creía un rey.
Al tiempo, sumergido en proyectos laborales y expectativas que habían logrado paralizar su esencia de pereza; candido pasó largas horas frente al televisor pero ni así pudo ignorar los movimientos de la mesa de roble que estaba en la cocina.
Las sillas no se movían pero el veía movimientos. Galo y Genaro, sus amigos de siempre los cuales no veía hacia ya doce años, se sentaban junto a él a mirar el informativo del medio día y le cebaban mate, mates que el se negaba a tomar. Su padre, David, desde la punta de la gran mesa contaba historias, aquellas historias que le narraba de pequeño en las tardes de abril con el fin de convencerlo para que al día siguiente Candido quisiera ir a la escuela. Después de intentar no verlos infinidades de veces, la mesa paso a formar parte de un comedor comunitario.
El desequilibrio ya implantaba la duda en cada rincón de la casa, pese a eso Candido presentía que solo allí estaba la realidad, o al menos su realidad.
Una mañana cualquiera, de esas que sufren ausencia de momentos recordables, comenzó a ver a Adaluz frente al espejo de la habitación sonriendo como solo se ríe en momentos pleno de felicidad. Ella había sido la luz de los jardines del amor, ella supo motivar las ganas de un querer, querer que hace ya tiempo se había marchado, dejando a Candido ausente de momentos felices.
Adaluz se mostraba antes los ojos de Candido posando con las prendas que solía ponerse cuando caminaban por la plaza los sábados por la tarde, y con su sonrisa encantadora lo miraba fijo a los ojos contándole cuando lo quería y que sin el, el sentido perdía sentido. Paralizado en ese sentimiento, el cual siempre vivió en el, destrozó con sus propias manos el espejo. Pero esta vez la ruptura del objeto no fue la solución, ella continuo en su imaginación.
Para evitar los posibles confronto con los objetos del lugar, dejo su casa prácticamente vacía, solo se permio quedarse con la cama y la radio, la cual escuchaba casi todo el día esperando la grata noticia de que sus recuerdos se hagan presente como realidad.
Su sueño, su andar y su vida solo era su casa, su casi vacía casa. Y cada tanto cuando la soledad se hacia ver recurría a un pedazo de espejo que había guardado para no perderla definitivamente a Adaluz. Merendaba junto a ella, y juntos miraban la caída del sol por el gran ventanal que daba a la avenida mientras ella escribía cartas que describían de manera exacta cada momento que juntos compartieron.
Los días eran eternamente largos, Candido los acortaba con pastillas y sueño prolongado, y cada vez que despertaba la necesidad de imaginarla crecía. Así, la realidad se convirtió en adormecerse donde lo encuentre la noche y en sueños que soñaba despierto.
Una mañana muy temprano, mientras el sol mas brillante que nunca se asomaba, recibió una carta de Adaluz, en la cual le contaba de su vida, sus proyectos y su hermosa familia. Entre textos cariñosos e indiferencia absoluta le describía lugares y momentos de su vida, le contó también de sus hijos y de los sueños que a ella la movilizaban.
Candido, acorralado en melancolía y amor desesperado intento buscarla por la inmensa casa pero jamás la encontró. Fue así que en solo segundos descubrió lo que hacia meses no podía ver, en tan solo un instante logro percatarse de la realidad. Realidad de la cual Adaluz se había ido hace ya mucho tiempo.
Sin reacción y paralizado en un estado neutro prendió la radio para seguir enterándose de lo que realmente pasaba en su presente. Y a medida que el flash de noticias desarrollaba un tema el acompañaba el relato con una pastilla buscando dormirse y despertar en su ficción. Habiendo pasado largas horas de noticieros esperando que algún informe lo vuelva a su realidad, abrazo la carta de Adaluz para ya no despertar si quiera en su vida imaginaria.

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