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sábado, 10 de abril de 2010
Los días de la fatalidad
Encerrados en la capsula del entretenimiento o de la necesidad, la gran cantidad de veces que somos siendo nosotros, no conforma la complacencia de la demanda interna. La misma demanda que combina colores y ve en el blanco la mancha gris. Jugamos a intentar la excelencia perdiendo en el trayecto los elogios que nosotros mismos deberíamos brindarnos.
Caminamos las calles con la presencia de la insatisfacción, pretendemos que al menos por un segundo todo se adapte a nuestros propios deseos, siendo que todo se encuentra en su lugar. Cada cosa que vuelca en nosotros su consecuencia nos permite formar la crítica que nos guía y nos deja decidir.
Es por eso que muchos deciden viajes en tren, en su propio tren, ese que los lleva solo a los lugares que desean ir. Pueden reír desaforadamente de las faltas o llorar por la consagración que llego tarde. Pueden hacer y no hacer cuando ellos quieran.
Pero cuál es el precio a pagar por las demencias con final de dependencia. Cómo o a qué recurrimos, cuando somos parte del laberinto no pensado para nosotros.
En estos días inventados, el éxtasis es interminable. Cada deseo luego de ser complacido sale en busca de un nuevo comienzo, a veces por un espíritu glorioso, y muchas otras por el miedo a una verdad.
La continuidad del hacer, la interacción, las ganas o necesidad de ir a buscar un objetivo, no siempre proviene del lado más agradable. Si no que es extremadamente necesario ir en busca de algo luego de haber llegado. Algo, que esta nosotros mismos tal vez, no permite que estacionemos en la calma o el descanso. Es en ese momento donde salimos a pelear, buscando un nuevo trofeo que nos genere placer, cuando en realidad la batalla es con la culpa. La misma que evitamos en las habitaciones solitarias.
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